Educar como las tortugas


Cuentan los científicos que hay un tipo de tortuga africana que cruza todo el Océano Atlántico solo para desovar en América del Sur. Ante tan ingente y enorme viaje, los estudiosos han llegado a la conclusión de que el motivo del mismo no es otro que la costumbre. Las tortugas comenzaron a hacerlo cuando América y África estaban solo separadas por un río, de modo que desovaban en la orilla de enfrente. Pero luego, los continentes se fueron distanciando a una velocidad imperceptible para las tortugas, de modo que cada generación nadaba un poco más lejos que la anterior. Cien millones de años más tarde el río era ya un océano, pero las tortugas no se habían percatado de ello.

Así estamos educando hoy, como esas tortugas que viajan por inercia, incapaces de detenerse a reflexionar el propósito de su viaje, o si hubiera una forma de hacerlo mejor o más llevadero. Ese viajar instintivo hace que el mundo animal carezca de algo que los seres humanos tenemos como nuestra mejor herencia: la Historia, que nos enseña lo que hemos hecho, lo que hemos sido, y con ello de cuanto debemos desprendernos, de cuanto debemos cambiar para no cometer los mismos errores. Pero los seres humanos, aún siendo poseedores de nuestra historia, aún siendo inevitablemente libres, también nos sentimos inclinados a desplazarnos por nuestras vidas protegidos por la dulce Inercia, que tiene el poder de ofrecernos un camino ya trazado para nuestros actos. El instinto tiene algo de mecánico, que implica carencia de razonamiento o de interrogante. ¿Somos acaso nosotros, tortugas? ¿Somos incapaces de ver las aberraciones educativas que estamos cometiendo con nuestros pequeños?

Sin duda, algo sospechamos, pero en lugar de ir a la raíz, vamos siempre a intentar poner tiritas a lo que damos por hecho que estamos haciendo mal. Educamos a favor de la corriente, lo que hace todo el mundo, sin pensar si nos gusta el resultado o no.

Si te encuentras dándole a tu hijo el desayuno con una pajita, mientras ve Bob Esponja, a la vez que le peinas, le pones las zapatillas y le abrochas el babi del colegio, es que te has convertido en una tortuga y tienes que parar.

Si tu hijo no sabe ni lo que lleva en la mochila, si dice en el colegio que su madre se ha olvidado de meterle el libro de lengua en la mochila, o vives pendiente del grupo de Whats App de padres de la clase, por si a tu niño se le ha pasado algo en el cole, eres una tortuga y debes parar.

Si tu hijo no admite un no, sin una recompensa a cambio, sea del tipo que sea (mañana te lo compro, no le quites el juguete a ese niño, yo te comparé uno otro día, etc.), si no tolera la negativa porque nunca se la damos sin un “premio de consolación” a cambio, estás educando como una tortuga.

Si te sientes como una menina de tus hijos, pues corren a tu alrededor mientras cargas con sus mochilas, sus meriendas y/o las bolsas de la compra sin que se dignen a colaborar, porque salen del cole y ni te preguntan cómo te ha ido el día, dado que su única preocupación es de qué es el bocadillo que les has traído, tienes que parar.

Si planeas cada actividad con tus hijos como si te fuera la vida en ello, pensando en que cada rato del fin de semana tiene que ser estimulante/divertido/educativo, has caído en la trampa de los padres taller, y debes frenar.

¿Estás educando como una tortuga? ¿Quieres dejar de hacerlo? Sólo tienes que hilar un poco más fino, pensar por ti mismo, usa eso que no tienen las tortugas: el sentido común.

Seguro que ya hay muchas cosas que has notado, pues sabes que no eres un anfibio con caparazón. Aférrate a esos detalles y podrás empezar a cambiar. Probablemente, te extraña que tu hijo venga cantando reguetón del colegio, a donde le envías precisamente para que le eduquen en cosas más elevadas o bellas. Tal vez, no le veas sentido a atender cada necesidad de tu hijo antes de que las exprese. Incluso puede que te haya llegado a molestar que le regalen una chuchería en una tienda o en una peluquería por el mero hecho de haberse portado como debe. Probablemente, hayas pensado muchas veces que, si les dejases ser más autónomos, serían más felices y menos demandantes. Seguro que has pensado en muchas ocasiones que no es normal que el niño se queje de aburrimiento cuando le has proporcionado una habitación llena de juguetes educativos/divertidos/estimulantes.

Enhorabuena, ya te has quitado el caparazón. Poco a poco serás capaz de darte cuenta de que tus hijos pueden hacer su cama, preparar su mochila, merendar en casa charlando contigo, llevar su ropa sucia a la lavadora o colaborar en la compra sin meterse en el carro a comer cosas que aún no has pagado. Te verás con fuerzas para que no lleven los deberes hechos a clase porque son su responsabilidad y no lo han recordado, y porque tal vez necesiten que en clase les regañen y se sientan dueños de sus fracasos, para poder sentirse también dueños de sus éxitos. Podrás obviar todas las modas sociales que nos empujan a hacer un taller tras otro, a llevar a nuestros hijos a salas de cine con parques de bolas dentro por si se aburren viendo la película, y podrás frenar este viaje frenético en el que estamos inmersos.

Saquemos la cabeza del agua, aunque suponga separarnos del resto de tortugas, demos a nuestros hijos responsabilidades, sensación de éxito y de fracasos. Si educamos como sirvientes, nos verán como sirvientes y no acudirán a nosotros cuando necesiten un adulto con el que hablar o en quien apoyarse. Dejar de educar como una tortuga supone adoptar nuestro rol de adulto en la familia, dirigir y capitanear el hogar sin complejos, con normas claras, y haciendo a nuestros hijos dueños de sus vidas a través de la autonomía, siendo cautos en los contenidos a los que exponemos a sus mentes infantiles, tratando de educar en lo bello, en la sensibilidad. Supone en muchas cosas ir contracorriente, dejar que lleve su propia maleta, literal y metafóricamente, en su viaje de crecer. Porque que mucha gente esté educando mal no significa que nosotros no podamos educar mejor. Que la sociedad nos empuje a criar niños blandengues y adolescentes hiper demandantes, porque es un negocio que mueve millones, no significa que no podamos escapar de esta tendencia, que, como el viaje de las tortugas, es casi imperceptible, pero ha tomado ya un cariz demasiado absurdo. Porque en solo dos generaciones, nos hemos olvidado del valor del esfuerzo, de la constancia (los niños reciben diplomas hasta por respirar), se nos ha olvidado que los niños pueden jugar con cualquier cosa, si les damos tiempo para aburrirse y poner el motor de la imaginación en marcha.

Para, elige que quieres cambiar y hazlo. Tus hijos lo agradecerán.