Si un suspenso no es un suspenso, somos boyas a la deriva
Carolina Fernández del Pino Vidal
Secretaria de Organización
Como soy hija de mis tiempos, fui educada oralmente, informada por breves resúmenes de los contenidos de los escritos de grandes pensadores, de los grandes hechos de la historia. Solo tengo trazos difusos de lo que me precede y a veces esto me deja intelectualmente indefensa ante la realidad. Por lo que ante los acontecimientos recientes y no tan recientes que están marcando mi vida adulta, decidí “ojear” un libro del que me han llegado “oralmente” perlas preciosas, ante la posibilidad de que tal vez pudiese aportar algo de luz a lo que percibo como un descenso vertiginoso hacia la mediocridad o la falta de valores humanos.
El ser humano siempre me ha fascinado por su característica y diferenciadora costumbre de esforzarse, de evolucionar, de buscar respuestas, avances, soluciones, de buscar la luna, entender el cosmos y adentrase en el infinito. Sin embargo ahora tengo la incómoda sensación de que hemos abandonado por completo esta faceta tan exclusivamente “humana”, paralizados ante una poco fructífera discusión de cómo se reparte el pastel, hasta convertirlo en migajas sobre las cuales seguimos discutiendo mientras el inexorable paso del tiempo, como el viento, se las va llevando y deja cada vez menos que repartir.
Ortega y Gasset en la introducción de La rebelión de las masas dice que
Definimos el lenguaje como el medio que nos sirve para manifestar nuestros pensamientos. Pero una definición, si es verídica, es irónica, implica tácitas reservas, y cuando no se la interpreta así, produce funestos resultados. Así ésta. Lo de menos es que el lenguaje sirva también para ocultar nuestros pensamientos, para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana.
Y eso es precisamente lo que ha pasado con nuestra “educación oral y resumida”: la moneda falsa ha circulado sostenida por la moneda sana hasta tal punto que ésta ha desaparecido bajo el óxido del engaño dirigido de algunos y el descuido de otros.
Por ejemplo, cuando Ortega y Gasset habla de masas, no se está refiriendo a clases sociales, o a lo que en su tiempo era la masa obrera y las clases superiores o “minorías selectas”, sino a esa característica humana a la que he hecho referencia antes.
Cuando se habla de «minorías selectas», la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva. ... Lo decisivo es si ponemos nuestra vida a uno u otro vehículo, a un máximo de exigencias o a un mínimo. La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores.
Oigo el sonido de nuestros antepasados trabajando para ofrecernos el bienestar de nuestra sociedad |
Nuestra reciente historia hace evidente que vivimos plenamente sumergidos en esta “rebelión de las masas”, donde la mayoría que quiere viajar en el vehículo de exigencias mínimas intenta imponer a toda costa el imperio del mínimo esfuerzo. Una sociedad en la cual un suspenso ya no es un suspenso, el título de la ESO se obtiene hasta cuando uno no quiere, donde las universidades certifican un nivel de C1 en un idioma solo por “aprovechamiento” (traducido pagar la matrícula y asistir a clase), donde los requisitos se denuestan ante los derechos o la felicidad de los aspirantes, donde el prestigio de sus universidades públicas está en caída libre por la necesidad de llenarlas de alumnado, donde los deberes se definen como un artilugio de tortura, y las calificaciones escolares negativas, instrumentos de seres sádicos.
Y sigo citando a Ortega y Gasset:
La primera condición para un mejoramiento de la situación presente es hacerse bien cargo de su enorme dificultad. ... Es, en efecto, muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones.
Sigue hablando sobre los demagogos y su afán por la revolución absoluta, que pasa forzosamente por el obligado olvido de nuestro pasado, por la destrucción concienzuda de nuestra historia, que nos fue separando de los animales que no tienen memoria.
El hombre, en cambio, merced a su poder de recordar, acumula su propio pasado, lo posee y lo aprovecha. El hombre no es nunca un primer hombre: comienza desde luego a existir sobre cierta altitud de pretérito amontonado. Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Y la riqueza menor de ese tesoro consiste en lo que de él parezca acertado y digno de conservarse: lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre.
El hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás |
Cuando miro alrededor, veo una ciudad hecha capa sobre capa de inventos físicos y organizativos que nos han traído al presente. Un presente en el que todos tenemos derecho a la educación, la sanidad, donde las desigualdades con las que nacemos se atenúan o rectifican con la aplicación de nuestros conocimientos científicos, entre los cuales necesariamente incluyo los sociales. Oigo el sonido de nuestros antepasados trabajando para ofrecernos el bienestar de nuestra sociedad, cada uno en su sector, en su parcela. Vivo el privilegio de ser heredera de tanto esfuerzo, fruto de aquellos que se exigieron mucho y acumularon sobre sí mismos dificultades y deberes.
Me horroriza este afán de destruir todo lo anterior, el desprecio a miles de años de conocimiento, de avances, de triunfos parciales sobre la naturaleza, entendida esta como el estado primitivo en el que el individuo se encuentra solo frente al hambre, la enfermedad, su propia ignorancia y sus limitaciones físicas.
Esta bajada al nihilismo nos lleva al desierto del esfuerzo, de la búsqueda, de los avances. Nos priva de alimentar a mentes que bajo las circunstancias adecuadas podrían producir la cura del cáncer, la respuesta al hambre mundial, la solución para el mantenimiento de nuestro ecosistema, el entendimiento del infinito; resumiendo, la evolución de nuestra especie.
Curiosamente se da la coincidencia de que son precisamente muchos de los que creen en la teoría de la evolución, desdeñando otras creencias, los que ahora se dedican a destruir gozosamente los frutos de esta evolución del ser humano.
Y tal vez sea por lo que apunta Ortega y Gasset:
Porque, en efecto, el hombre vulgar, al encontrarse con ese mundo técnica y socialmente tan perfecto, cree que lo ha producido la naturaleza, y no piensa nunca en los esfuerzos geniales de individuos excelentes que supone su creación. Menos todavía admitirá la idea de que todas estas facilidades siguen apoyándose en ciertas difíciles virtudes de los hombres, el menor fallo de los cuales volatilizaría rápidamente la magnífica construcción.
Digan lo que digan la Ley, los legisladores y la masa, un suspenso es un suspenso, lo llamen como lo llamen, y solo el esfuerzo, el trabajo, y la disposición de acumular sobre uno mismo dificultades y deberes nos librará de esta rebelión de la mediocridad y de ser boyas a la deriva.