La salud mental es cosa de todos




Mª Jesús Álvarez Núñez
Secretaria de Comunicación de ANPE-Madrid

Una de cada cuatro personas padecerá alguna enfermedad mental a lo largo de su vida y será antes de los 14 años cuando surgirá la mitad de estos trastornos.

Con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, el pasado 10 de octubre, Aldeas Infantiles SOS elaboró un informe donde insistía, una vez más, en la salud mental infantil es la gran olvidada del sistema sanitario español y donde, a su vez, reclaman medidas específicas para garantizar el derecho a la salud mental de todos los niños y especialmente de aquellos que viven en situación de vulnerabilidad.

Asegurarse de que niños y adolescentes tengan un buen estado de salud mental es fundamental para cualquier madre o padre. La pandemia ha supuesto un importante impacto especialmente en la salud mental de la infancia en nuestro país. Los trastornos relacionados con la salud mental y de conducta entre niños y adolescentes no son homogéneos y varían entre distintos grupos.

En la misma línea, Save the Children, ha presentado recientemente el informe ‘Crecer Saludable(mente)’ donde analiza la relación entre la salud mental y el suicidio en la infancia y la adolescencia. En él señalan cómo la incidencia en la infancia y adolescencia de estos problemas de salud mental se ha triplicado por la pandemia. Los datos sobre trastornos mentales en España eran graves y preocupantes ya antes de la COVID, especialmente para los colectivos más afectados, pero para entender su magnitud es imprescindible saber detectarlos en niños, niñas y adolescentes, y determinar cuáles son los factores de riesgo Es fundamental que se atiendan las necesidades de los niños y adolescentes a tiempo, para prestarles la atención psicológica y psiquiátrica correspondientes. Muchas veces, los docentes, los padres y madres no sabemos cómo prevenir, detectar y tratar trastornos relacionados con la salud mental.

Los casos diagnosticados son solo la parte más visible de los problemas de salud mental en niños y adolescentes. De hecho, en muchos casos la detección del problema es tardía. Por esa razón, el primer obstáculo que nos encontramos para acceder a la salud mental es la detección de necesidades de los niños y adolescentes. Como la mayoría de las veces, faltan recursos personales e información. Como se señala en el Libro Blanco de la Psiquiatría, hacen falta recursos para atender y los recursos son escasos. En este libro, se hace una foto del momento actual que atraviesa España en temas de salud mental y, como partimos de una situación de desventaja con respecto a los países de nuestro entorno, la ratio de psiquiatras es inferior a la de los países de referencia y la recomendada por la OMS.

Por otro lado, en junio de 2021, el Gobierno estableció en la Ley de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia que todas las autonomías debían aprobar un protocolo de prevención del suicidio en el ámbito escolar.

La escuela no debe estar sola ante este reto. Son imprescindibles sistemas de detección compartidos entre toda la comunidad educativa.

No obstante, todo el peso de la detección de problemas mentales y emocionales, sobre todo aquellos no vinculados al entorno escolar, no debe recaer en los centros educativos. El espacio de crecimiento de referencia para niños y adolescentes es en gran medida su hogar o el sistema familiar al que pertenecen y estos han de estar capacitados, con la colaboración del sistema sanitario y los centros escolares, para cuidar del crecimiento y de la salud mental de sus hijos e hijas.

En el informe que presentó Save the Children, los trastornos mentales y de conducta no han afectado igual a niños y adolescentes de distintas edades. Los principales factores de riesgo que señalan en el informe son:

  1. En general, los trastornos mentales suelen ser más frecuentes en mayores de 12 años, mientras que los de conducta aparecen en edades más tempranas.
  2. Otro aspecto a tener en cuenta son las diferencias por sexo. En edades más tempranas los niños presentan problemáticas similares y con una análoga distribución, pero es a partir de los 8 años de edad cuando se advierte un cambio de tendencias, y es cuando se nota que los trastornos mentales se concentran más en las niñas y los de conducta en los niños.
  3. Un tercer factor a analizar reside en las diferencias por origen de los padres y madres. Los niños y adolescentes de origen migrante en proporción sufren un mayor número de trastornos de conducta y/o mentales. Además, hay que tener en cuenta que estos menores de origen migrante tienden de media a vivir en hogares más pobres, y esta mayor vulnerabilidad económica, en algunos casos unida a una situación de irregularidad o a cambios culturales o de idioma, puede suponer también mayores dificultades para acceder a nuestro sistema sanitario.
  4. Entre los factores de riesgo para la salud mental de la infancia y adolescencia, incide también el nivel de renta. Hay más niños y adolescentes con trastornos mentales y/o de conducta en los hogares con rentas más bajas. Por el contrario, en hogares de renta alta es menos probable que los menores padezcan este tipo de problemáticas. Esta relación directa se daba ya antes de la pandemia, pero es especialmente preocupante debido al contexto actual en el que las desigualdades siguen acrecentándose por la crisis provocada por la COVID-19. El informe señala que la incidencia de estos problemas es tres veces mayor (10 %) en las familias sin empleo que entre la infancia y la adolescencia que vive en familias que han conservado el empleo (3 %) tras la crisis de la COVID-19. Esta situación tiene un fuerte impacto sobre aquellos niños y adolescentes que viven en hogares que se han enfrentado en los últimos meses a una gran incertidumbre sobre su futuro laboral. Este estrés y ansiedad de sus padres o cuidadores pueden causar la aparición de trastornos.
  5. Hay que tener en cuenta otros factores de riesgo y conductas relacionadas con la aparición de trastornos mentales y de comportamiento en niños y adolescentes. Por ejemplo, el acoso escolar o el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas, junto con la violencia o los malos tratos a los que se enfrenta la infancia, impactan negativamente sobre su salud mental.

Es importante resalta el papel tan relevante que tiene la escuela, en el cuidado del bienestar y la salud mental de sus estudiantes. Para poder detectar situaciones potenciales de malestar y realizar una labor preventiva, la escuela debe organizar sus actuaciones y diseñar planes fundamentalmente preventivos, pero también debe dotar al alumnado de recursos y estrategias para mantener una relación ajustada y sana consigo mismos y con los iguales, utilizando en este caso el concepto de prevención, que supone evitar situaciones perjudiciales mediante la dotación de recursos personales. Pero la escuela no debe estar sola ante este reto. Son imprescindibles sistemas de detección compartidos entre toda la comunidad educativa, para que nadie vuele fuera del radar que permite cuidar a los alumnos y detectar situaciones de malestar. Finalmente, un buen plan debe contar con los recursos del entorno para ofrecer buenas respuestas a los problemas que pueda presentar el alumnado y un entorno adecuado para que su socialización en la escuela se convierta en un verdadero factor de protección de su salud mental, sin olvidarnos el sistema sanitario, principal agente de prevención, detección y tratamiento.

Una vez más, ante un problema importante, nos encontramos como el trabajo compartido de muchos agentes: familia, sanidad y educación son cruciales antes, en la prevención; durante, en el acompañamiento, y posteriormente, en la observación y el cuidado, para evitar recaídas o consecuencias mayores.