Rosalía Aller Maisonnave
Secretaria de Comunicación
Numerosos docentes se han
puesto en contacto con ANPE-Madrid, durante el pasado concurso de traslados y otros procesos recientes, para
manifestar su desasosiego ante las reiteradas incidencias de la plataforma digital, mediante la cual,
obligatoriamente, han de comunicarse con la Administración y realizar las gestiones pertinentes.
Es precisamente esta
obligatoriedad —un imperativo de los tiempos que se venía anunciando desde hace décadas, establecido en el artículo
14.2 de la Ley 39/2015, del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas— lo que agrava la
situación. De no ser así, tras algunos intentos fallidos el profesorado habría optado por la realización de trámites a
la manera tradicional: formulario impreso y Registro. Pero estamos en plena era digital y los avances en la
comunicación van, en muchos ámbitos, en ese sentido. Ni el Estado ni la Administración madrileña podían perder el tren
de los servicios electrónicos y no ofrecerlos a la ciudadanía, así que han subido a él, mediante una inversión
considerable en recursos humanos y tecnológicos. Pero no ha sido suficiente. Hay que avanzar más, es necesario mejorar
estas prestaciones.
Por otra parte, resulta
inevitable contextualizar cuándo y a quiénes afectan las “caídas del sistema” y otras dificultades en la comunicación
digital. Aunque parezca una obviedad, recordemos que está finalizando un año que ha sido, en su mayor parte, muy
difícil, uno de esos annus horribilis que desearíamos borrar de nuestra memoria y, sobre todo, cuyos efectos no
queremos ver en el siguiente. El profesorado de la Comunidad de Madrid ha desempeñado, en la dura etapa del
confinamiento y también ahora, desde el inicio de este curso, un papel protagónico innegable. Su esfuerzo ha sido
ejemplar; su generosidad, digna de aplauso, y el resultado hasta ahora, a pesar de los innumerables escollos a
sortear, un servicio educativo que se sigue manteniendo, navegando en mar brava y con viento en contra.
La educación en línea ha
adquirido una relevancia súbita y descomunal, pues durante meses ha sido la única forma de comunicación con el
alumnado y sigue manteniéndose en la cima para permitir la educación semipresencial. Como suele decirse, ha llegado
para quedarse, al igual que otros cambios de fondo, legado de esta pandemia. Esa cercanía, ese acompañamiento en el
proceso de enseñanza y aprendizaje han tenido un alto precio, pues han supuesto una sobrecarga considerable para
muchos docentes, que han abierto sus casas, literalmente, para desde ellas seguir cumpliendo su misión. La puesta en
marcha de la educación telemática también ha sido difícil de asumir por numerosas familias. Esta modalidad no siempre
es idílica ni fácil ni perfecta, pues puede dar pie a situaciones incómodas o invasivas por parte de ciertos sectores
discordantes que siempre existen, minoritarios, sí, pero de difícil gestión para quien se sabe dotado de una de las
libertades constitucionales más enriquecedoras: la libertad de cátedra.
El profesorado ha
experimentado en ocasiones cierta incertidumbre y orfandad, al verse abocado al uso de tecnologías que, si bien ya
había incorporado a su quehacer de aula, no lo había hecho con tal intensidad ni diversidad. Por otra parte, los
docentes se han encontrado sin recursos suficientes, sin herramientas digitales adecuadas, en muchos casos, para hacer
frente a la demanda de sus alumnos, “nativos digitales”. (Dicho sea de paso, conviene recordar que el concepto ya está
en revisión, dado que los “inmigrantes digitales” van absorbiendo a gran velocidad este mundo —inimaginable décadas
atrás— que entra por los ojos, los oídos, los dedos... y al que no pueden hurtar la vista). Debe recordarse, asimismo,
que no se han facilitado medios telemáticos al profesorado, mientras que sí se han proporcionado a los alumnos que
carecían de ellos.
También en este sentido, la
pandemia ha puesto de relevancia carencias diversas. Si bien se ha hecho un esfuerzo por mejorar y completar la
plataforma digital, y ofrecer al profesorado más y mejores recursos, es preciso seguir avanzando, porque la celeridad
del mundo digital hace lento el más esforzado aggiornamento.
Otro aspecto mejorable es
el propio diseño de las plataformas digitales, de uso frecuente por los docentes, en cuya configuración no se ha
tenido en cuenta su opinión ni tampoco ha sido consultada respecto a las herramientas que consideran más accesibles y
adecuadas. Ha sido la propia Administración la que ha planteado estas plataformas sin ningún tipo de consenso con el
profesorado.
La tendencia a sobrevalorar
el poder de lo visual, como si el pensamiento solo se expresara mediante esta dimensión y no con palabras, ha dado por
resultado, en algunos casos, una arquitectura de imágenes sobredimensionadas. Aquello de que “una imagen vale más que
mil palabras”, sin duda cierto en general, no deja de confirmar la ambigüedad característica de las sentencias.
Depende de qué imagen y qué palabras, dichas por quién, cuándo... Si no es parte del mensaje ni una obra de arte ni un
inductor del pensamiento, sino apenas un toque de color cuyo contenido es ya bien conocido y, por redundante, poco
aporta, se vuelve arduo hallar, desplazándose por sucesivas pantallas, la información que buscamos. Cuando, además,
los buscadores son de una operatividad relativa, la localización de contenidos útiles resulta dificultosa.
Parecería más razonable un
uso proporcionado de estética y utilidad, en cumplimiento del tópico horaciano: dulce et utile. Ni la aridez de una
página yerma, atiborrada de letras pequeñas, ni la inanidad de una pantalla tan colorida y con un cuerpo de letra tan
generoso que llegamos a añorar aquel anuncio de mermelada que decía: “no hay foto; hay fruta”. In medio virtus.
En general, no gusta lo que
no funciona bien; no se acepta, crea desazón y genera rechazo. Y esto no es disconformidad crónica, sino el motor de
la evolución. Con adaptación y resignación incondicionales, seguiríamos en la Edad de Piedra.
Son de destacar los recientes avances a pasos forzados, pero la tarea apenas ha empezado. Estamos lejos aún, en términos digitales, de sociedades circundantes a las que podría equipararse la Comunidad de Madrid, una autonomía de avanzada en varios aspectos. Para una mejor gestión telemática de la educación pública madrileña, la de todos, es fundamental dotar a este servicio esencial de unos medios electrónicos eficientes y estables, por los cuales fluya el quehacer educativo, que siempre será —apostamos por ello— esencialmente humano.
El esfuerzo del profesorado ha sido ejemplar; su generosidad, digna de aplauso