Carolina Fernández del Pino Vidal
Vicepresidenta de ANPE-Madrid
Un año más, en ANPE-Madrid volvemos a recibir denuncias y quejas de centros educativos que se dan de bruces con la normativa restrictiva que regula el cambio de jornada escolar. La regulación vigente permite, por no decir que protege, actuaciones poco democráticas, ya que impide que los votos de la mayoría de la comunidad educativa sean los que dictaminen el resultado.
ANPE-Madrid lleva
años denunciando la normativa de la Comunidad de Madrid por parecernos poco razonable que la modificación de
la jornada escolar requiera una participación mayor y un número de votos favorables superior al necesario para la
aprobación de un Real Decreto o la investidura del presidente de la nación o de una comunidad autónoma.
Desafortunadamente, ya nos hemos acostumbrado a que el día de la votación, pequeños grupos, haciendo un uso inadecuado de esta norma, se sitúen en el exterior de los centros para presionar y coaccionar a los demás padres, y así evitar que participen en el proceso electoral. Y por si esto no fuese suficiente, en los últimos años han surgido campañas que alardean de “Yo no voto”, lo que demuestra que esta regulación se presta a que se retuerzan los principios democráticos y que se pervierta y utilice de forma abusiva. Como consecuencia, la no participación se ha convertido en un “voto” mucho más valioso que el emitido, derrotando de forma muy efectiva principios democráticos fundamentales, como el de una persona un voto y el de la igualdad de los votos.
Sin embargo, no es este el aspecto que más daño hace a la intervención educativa, sino el espíritu de esta regulación que permite que se considere a los docentes como cuidadores, en vez de delimitar claramente su labor al ámbito educativo.
La incorporación de la mujer al mercado laboral tuvo un impacto en la estructura tradicional de la familia que creo, la necesidad social de ofrecer servicios asistenciales para que las mujeres pudiesen no solo incorporarse al mercado laboral, sino también no renunciar a su progresión profesional.
Las administraciones han tenido que garantizar servicios asistenciales para el cuidado de los menores, no solo para garantizar la igualdad entre hombres y mujeres, sino también para paliar el impacto de la inserción laboral de la mujer sobre la natalidad, y que ha llevado a lo que se está denominando como el “invierno demográfico”.
En un principio muchos países respondieron a esta demanda aprovechando los recursos de los que ya disponían: los centros educativos. Sin embargo, en los últimos años los gobiernos han separado claramente la jornada educativa de la asistencial, además de diferenciar las administraciones responsables de cada servicio y los profesionales que deben garantizarlos.
Normativas como las de Dinamarca y Finlandia, entro otros países, que separan claramente las funciones y la jornada de los docentes de los profesionales responsables del servicio asistencial, contribuyen activamente al reconocimiento social de los profesores y su importancia como pilar fundamental de un sistema educativo de calidad.
La regulación de la jornada escolar de la Comunidad de Madrid demuestra claramente la concepción que la Administración tiene de los profesores, ya que permite que se les utilice para garantizar la conciliación familiar que algunas AMPA exigen, a costa de los docentes y cualquier planteamiento pedagógico.
Cualquier medida o normativa que menosprecie la importancia y especialización de los docentes como expertos de la educación solo ahonda más en el convencimiento de que la sociedad en general y la Administración en particular, no reconocen nuestra profesionalidad como expertos de la educación. La falta de profesores que ya se vaticina para el futuro, junto con los resultados de multitud de estudios que sitúan al profesorado como elemento diferenciador para alcanzar una educación de calidad, debería abrirles los ojos a las administraciones para que tengan claro que los docentes somos educadores y no cuidadores, y que si quieren atraer a “los mejores” deberán situarnos en el lugar que nos corresponde.