Hablar con los ojos



María Jesús Álvarez Núñez
Secretaria de Comunicación de ANPE-Madrid

La comunicación verbal abarca apenas una pequeña parte de lo que permanentemente estamos expresando. Normalmente nuestras palabras vienen filtradas por los condicionamientos sociales o las circunstancias; por eso no siempre comunican lo que genuinamente queremos decir. Algo muy diferente ocurre con los ojos, a los que no por nada se les ha etiquetado como las “ventanas del alma”.

El lenguaje de los ojos es fundamentalmente inconsciente. Casi ninguno de nosotros mantenemos constantemente el control sobre la forma de mirar. Mucho menos podemos dirigir el rango de apertura de nuestras pupilas o el grado de humedad del ojo. En esos pequeños detalles hay mucha información sobre lo que realmente pasa por nuestra cabeza.

Se cumplen dos años desde que el COVID entrase en nuestras vidas y nos las dejase “patas arribas”, cambiase nuestra manera de relacionarnos y hasta de vivir, debido a los confinamientos, los distanciamientos sociales o una mascarilla de cuya utilidad se empieza a dudar en la situación actual del virus. Dos años donde el miedo ha sido tan libre que ha acampado entre nosotros hasta límites insospechados y hasta impedir que gente que se adoraba estuviera meses sin verse, sin abrazarse, sin compartir, sin casi poder mirarse o, cuando lo hacía desde la distancia, solo podía intuir la expresión del miedo y la emoción de los mensajes en los ojos.

Además, con la mascarilla la voz se distorsiona y las voces se dispersan, por lo que escuchar se vuelve un ejercicio agotador, para el que resultan imprescindibles infinita paciencia y hasta ciertas dosis adivinatorias en caso de que el hablante se niegue a repetir una y otra vez lo que ya ha dicho.

Es probable que el lenguaje de los ojos se haya conocido de manera intuitiva desde hace cientos de años. Y es ahora, cuando nos hemos acostumbrado a hablar, a dar las gracias o a sonreír con los ojos, pero ¿qué pasa con nuestras sonrisas?, ¿con nuestras expresiones faciales…? ¿Ya queda menos?

El Gobierno continúa sin poner fecha, mientras ocho países del entorno europeo de los que siete registran una mayor incidencia del coronavirus ya han decretado el final de la obligatoriedad del cubrebocas en espacios cerrados. En Reino Unido, Bélgica, Suecia, Países Bajos, Noruega, Dinamarca, Finlandia y Francia ya no hay que llevar la mascarilla en interiores, aunque en algunos casos la medida se mantiene en el transporte público. En España la medida sigue vigente, salvo en las excepciones que establece el Real Decreto en vigor desde el pasado 10 de febrero en el que el Ejecutivo suprimió el uso imperativo de la mascarilla al aire libre.

En Madrid, ya hemos dado pasos importantes en los colegios, los niños ya pueden quitarse las mascarillas en los recreos, ya han eliminado las burbujas de los patios y han vuelto a conocer a sus compañeros de clase, sí a conocer, porque nos habíamos acostumbrado a ver a la gente con mascarilla e incluso a reconocerlas sólo con mascarilla y ya no nos acordamos de sus caras sin ella, algunas porque llevamos meses sin verlas y otras porque nunca las hemos visto. La mascarilla se ha convertido en el complemento imprescindible antes de salir de casa, también el cubre emociones, expresiones...

Nuestros niños pequeños están conociendo un mundo irreal, solo circunstancial, pero que ni en nuestros peores sueños hubiéramos imaginado. En la evolución de los niños, es clave la imitación, pero hay etapas donde esta además es protagonista del aprendizaje. No ver vocalizar a las personas cuando hablan dificulta adquirir un buen modelo de articulación, o no ver el rostro del adulto cuando un niño hace algo limita adquirir un aprendizaje de emociones.

Durante estos meses, las emociones, que son tan necesarias en nuestra vida, las hemos aprendido a distinguir únicamente en los ojos. Ese lenguaje no verbal, que es tan importante y en el que el rostro aporta tanta información, lo hemos dejado de lado, pero cada día estamos más cerca de volver a recuperarlo. Volver a recuperar las risas, el “tienes mala cara ¿estás bien?”, o “me suena su cara, creo que le conozco…”, valores que hasta hace dos años no teníamos en cuenta y que en estos últimos meses han cobrado tanta importancia y los extrañamos. Ya queda menos…

Algún día, hablaremos de estos dos años con tanta lejanía que parecerá que nunca sucedieron, pero lo cierto es que sí sucedieron y, aunque parece que ya llegan a su fin, los hemos vivido con tanta intensidad que provocan la sensación de haber pasado mucho más tiempo. Sería bueno que, cuando volvamos a vernos las caras, valoremos el mirarnos a ellas.