Mª Jesús Álvarez Núñez
Secretaria de Comunicación de ANPE-Madrid
En el siglo XXI, la educación enfrenta desafíos y oportunidades sin precedentes. En un mundo cada vez más tecnológico, la inteligencia artificial (IA) se perfila como una de las herramientas más prometedoras para mejorar los sistemas educativos y abordar la diversidad de necesidades del alumnado. En particular, los estudiantes con necesidades educativas especiales (NEE) representan un colectivo que puede beneficiarse enormemente de la personalización, accesibilidad y flexibilidad que la IA puede ofrecer.
No obstante, la implementación de estas tecnologías también genera debates sobre su impacto en la pedagogía, la ética y la equidad. Este artículo analiza cómo la IA puede integrarse en los centros educativos para atender a los alumnos con NEE, destacando tanto sus ventajas como sus limitaciones y proponiendo estrategias para una aplicación efectiva.
La lectura constituye una práctica fundamental para el desarrollo integral del ser humano, especialmente en los primeros años de vida. En tanto que proceso cognitivo, lingüístico, social y emocional, leer va más allá del mero desciframiento de signos gráficos; se trata de una experiencia compleja de construcción de sentido, de exploración del mundo y de sí mismo. En la actualidad, el desafío de fomentar la lectura en la infancia se ve atravesado por múltiples tensiones: la fragmentación de la atención, la hegemonía de lo audiovisual, la desigualdad en el acceso a bienes culturales, y una creciente desvalorización de la cultura escrita en ciertos contextos. Ante este panorama, la función de la escuela y, especialmente, del profesorado, resulta determinante en la promoción de hábitos lectores duraderos y significativos.
Este artículo se propone analizar, desde un enfoque técnico y pedagógico, los beneficios que la lectura aporta al desarrollo infantil, así como ofrecer un marco de estrategias eficaces para fomentar el gusto por la lectura desde las primeras etapas del desarrollo.
Desde una perspectiva psicolingüística y neurocognitiva, diversos estudios han demostrado que el contacto temprano con los textos escritos incide de manera directa en el desarrollo de funciones ejecutivas, tales como la atención sostenida, la memoria de trabajo, la planificación y el pensamiento crítico. Tal como sostiene Isabel Solé (1992), leer implica “construir significados a partir de un texto, poniendo en juego un conjunto de estrategias cognitivas y metacognitivas”. Esta construcción de sentido se articula con los conocimientos previos del lector, su capacidad para hacer inferencias y su disposición afectiva ante el texto.
Por otra parte, el enfoque sociocultural de Vygotsky (1978) nos recuerda que el lenguaje —y, por ende, la lectura— constituye una herramienta mediadora en la construcción del pensamiento. A través de la interacción con textos literarios y no literarios, los niños no solo amplían su competencia lingüística, sino que aprenden a organizar su experiencia, a representar la realidad simbólicamente y a expresar emociones complejas.
En este marco, la lectura se revela también como una práctica profundamente emocional. El acceso a relatos ficcionales permite al niño identificarse con personajes, experimentar situaciones ajenas, reconocer sentimientos propios y ajenos, y desarrollar la empatía. La literatura infantil, en tanto artefacto cultural, brinda al niño un repertorio simbólico a partir del cual puede interpretar el mundo y posicionarse en él. Como señala Teresa Colomer (2005), “la literatura proporciona a los niños una experiencia estética que les permite explorar, comprender y transformar la realidad desde la imaginación”.
El impacto positivo de la lectura se manifiesta en diversas dimensiones del desarrollo:
El hábito lector no surge de manera espontánea ni automática: es el resultado de una socialización lectora sostenida, afectiva y significativa. Los primeros años de vida son especialmente sensibles en la conformación de actitudes hacia la lectura. Como plantea Emilia Ferreiro (2000), el contacto con el lenguaje escrito debe darse en contextos funcionales y culturalmente significativos, donde el niño perciba la utilidad, la belleza y el poder de la palabra impresa.
En este proceso, la familia y la escuela desempeñan un papel insustituible. La creación de un entorno alfabetizador, rico en estímulos escritos, es una condición necesaria para el desarrollo de lectores activos y críticos. Algunos elementos clave para fomentar el hábito lector desde edades tempranas son:
Un aspecto fundamental para el éxito de cualquier programa lector es la figura del maestro como lector modelo. No se puede fomentar el gusto por la lectura si quien media no disfruta ni valora la experiencia literaria. El maestro lector es aquel que lee por placer, que conoce la literatura infantil contemporánea, que selecciona con criterio y sensibilidad, y que transmite su pasión por los libros a sus estudiantes. Como señala Michèle Petit (1999), “la lectura se transmite menos por obligación que por contagio emocional”.
Es imprescindible, por tanto, que la formación inicial y continua del profesorado incluya espacios de lectura literaria, reflexión crítica, análisis textual y estrategias de mediación. Los docentes deben convertirse en promotores culturales capaces de construir comunidades lectoras en el aula, generando rituales, conversaciones y experiencias compartidas en torno al libro.
En la actualidad, el ecosistema lector se ha transformado profundamente con la irrupción de los medios digitales. Lejos de oponer la lectura tradicional al consumo audiovisual, es necesario pensar en formas de complementariedad, donde las tecnologías se convertirán en aliadas del fomento lector. Plataformas de lectura digital, audiolibros, aplicaciones interactivas y narrativas transmedia pueden ser herramientas valiosas si son seleccionadas con criterio pedagógico y acompañadas de una mediación activa.
No obstante, es fundamental no perder de vista el valor insustituible del libro como objeto cultural: su materialidad, su ritmo, su autonomía frente a las pantallas y su capacidad para generar un tiempo de interioridad. Fomentar la lectura en papel, especialmente en la infancia, permite contrarrestar la fragmentación de la atención, cultivar la profunda concentración y recuperar el goce estético de la palabra escrita.
El fomento de la lectura en la infancia debe entenderse como una responsabilidad compartida entre la escuela, la familia y la comunidad. Lejos de ser una competencia exclusivamente instrumental, la lectura es una forma de estar en el mundo, de comprenderlo y de transformarlo. Apostar por una educación literaria profunda, sensible y sostenida es apostar por una infancia más libre, más crítica y más plena. En este contexto, el maestro se erige como guía, testigo y acompañante en ese viaje hacia el universo de los textos, donde cada niño y niña descubre no solo las palabras, sino también las múltiples formas de habitar la realidad. Porque leer no es únicamente descifrar signos, sino abrir ventanas al asombro, al pensamiento y a la emoción. Que nunca falten los libros en las manos pequeñas, ni los adultos que crean en su poder: el de sembrar en el alma el deseo de conocer, de imaginar y de ser. Solo así, entre páginas y silencios compartidos, se construye una infancia verdaderamente luminosa.