Carolina Fernández del Pino Vidal
Vicepresidenta de ANPE-Madrid
La LOMLOE, más que una nueva reforma, es una modificación de dos leyes orgánicas anteriores, que en parte siguen vigentes: la LOE y la LOMCE. Esto se ve claramente en la edición de esta nueva norma que ha publicado ANPE, donde conviven las tres leyes orgánicas, diferenciadas por sendos colores.
Como venimos denunciado desde hace décadas, las reformas educativas están abocadas al fracaso porque no nacen del análisis y debate, con la participación de todos los agentes sociales; parten de intereses ideológicos o partidistas que prescinden del conocimiento y experiencia de los profesores que están en el aula, y buscan maquillar los resultados para quedar bien en los informes de la OCDE y PISA.
Llevo en la enseñanza casi 30 años, he vivido las reformas de la LOGSE, LOCE, LOE, LOME, y ahora la LOMLOE, y con cada reforma se repite la siguiente secuencia:
Esta es nuestra realidad educativa. El abandono, el fracaso y los niveles bajos persisten tercamente a pesar de las ocho reformas de los últimos 40 años.
El profesorado muestra cada vez más apatía frente a cada nueva reforma porque la perciben como otra gran mentira. Les toca aprender nuevas nomenclaturas: competencias, capacidades, objetivos, aptitudes, idoneidades o cualquier nuevo término que decidan inventar para hablar de conceptos de toda la vida. La exigencia bajará, el nivel de conocimiento de los alumnos seguirá su declive.
La realidad virtual que algunos parecen empeñados en crear en torno a nuestros jóvenes solo les deja expuestos a una frustración insalvable cuando cumplan 18 años y se enfrenten a las realidades de una vida adulta y del mercado laboral.
Los docentes sabemos que existen problemas y que, si de verdad queremos ofrecer una enseñanza de calidad inclusiva, hay aspectos que deben abordarse de forma inmediata, entre otros:
1. Ratios e inclusión
Si nuestros alumnos no están alcanzando los niveles deseados, tendremos que prestarles más atención individualizada en vez de, una vez más, bajar la exigencia. Y si, además, queremos que la inclusión sea una realidad y no un eslogan publicitario, habrá que disminuir las ratios. No se pueden mantener las de hace 30 años con el nivel de inclusión que se pretende alcanzar y el fracaso al que nos estamos enfrentando.
2. Promoción no es igual que progresión
La promoción a un curso superior sin haber adquirido el conocimiento necesario para seguir progresando solo lleva a la frustración de los alumnos y al incremento de su sentimiento de fracaso e incompetencia. Una persona que en Primaria tiene problemas con la lectura, tendrá serias dificultades para seguir una clase de Historia o Física en Secundaria. La frustración de quien no sabe dividir en una clase de Matemáticas de 2º de la ESO es equiparable a la que yo sentiría si me metiesen en un aula universitaria de física nuclear.
3. Metodología y contenidos: la moderación, el camino de en medio y el sentido común dan los mejores frutos
Las medidas y las metodologías que deben utilizarse no deben ser solo las de antes, como la memorización, ni únicamente las más novedosas, como la navegación por Internet. Hay que aprovechar lo útil de métodos de siempre e introducir aquellos nuevos que aportan valor real al proceso educativo. Y esto se debe aplicar también a los contenidos. Debe realizarse un estudio profundo para determinar qué se debe mantener y qué contenidos nuevos han de incluirse.
4. Eliminar la exigencia no mejora los resultados ni facilita la movilidad social
En mi opinión, lo más indignante de las reformas educativas es que las personas que las “idean” suelen llevar a sus hijos a centros privados que no han bajado nunca su nivel de exigencia ni lo harán. Parece que la falta de conocimientos solo es adecuada y necesaria para los hijos de otros, pero no para los suyos. No nos engañemos; una formación sólida es la única herramienta de que disponemos para facilitar la movilidad social y desarrollar una actitud crítica y sensata frente a los acontecimientos de la vida.
Esto lo saben todos los docentes del sistema educativo público. Su entrega y sentido de responsabilidad, para con los alumnos, es el baluarte que protege la calidad de la enseñanza pública.
5. Los docentes y las condiciones en que realizan su trabajo son las variables más importantes sobre las que un gobierno puede incidir
Los factores con mayor incidencia en el éxito o el frascaso del proceso educativo son la familia, el entorno sociocultural y el profesorado. Evidentemente, tenemos que esforzarnos para propiciar las condiciones que hagan posible lograr una sociedad más justa, aunque siempre existirán diferencias, y la educación es el arma más eficaz para asegurar la movilidad social y la participación moderada y sensata de los ciudadanos en la vida de una nación.
Es necesario asegurar al profesorado las condiciones más idóneas y los recursos necesarios para afrontar su tarea. Esto implica dinero. Dinero para bajar ratios, aumentar el número de profesionales, proporcionarles la formación continua necesaria, mantener y adecuar las instalaciones, adquirir equipos actualizados, y cuanto se requiera para mejorar el proceso y los resultados educativos.
En Educación, igual que en Sanidad, las medidas preventivas salen más baratas que las intervenciones posteriores.
6. Los alumnos españoles tienen el potencial necesario para alcanzar el nivel adecuado
Nuestros alumnos merecen que les ayudemos a desarrollar al máximo su potencial. Pueden y deben. La condescendencia con que se les trata es insultante.
Los docentes sabemos que la capacidad de nuestros alumnos supera las exigencias de la educación laxa que se pretende implantar. No tomar esto en cuenta es menospreciar sus posibilidades o, como se decía antes, su inteligencia. Bajar los niveles no soluciona el problema, algo que han demostrado las anteriores reformas desde la LOGSE.
Hace unos años asistí a una conferencia en la que el consejero de Educación de una comunidad autónoma, que había tenido unos resultados bastante negativos en uno de los informes PISA, comentaba que, realizando un gran esfuerzo de recursos, se habían implantado todas las medidas que se recomendaban a nivel internacional para elevar los niveles de los alumnos y mejorar el proceso educativo. Y, sin embargo, el fracaso era evidente.
En una ocasión, Malcolm Turnbull, entonces primer ministro de Australia, dijo: En política nuestra mayor labor es enfrentarnos a los grandes problemas y con honestidad explicar a los ciudadanos que –no existen soluciones fáciles–.
Tanto la sociedad como los profesores somos muy conscientes de que los problemas que acechan a la educación no son fáciles de solucionar. Pero cuando percibimos que nuestros líderes intentan buscar soluciones con honestidad y de forma consensuada, priorizando al alumno por encima de intereses partidistas, y fracasan, somos tolerantes y nos sentimos partícipes de ese intento de mejorar el sistema educativo.
Sin embargo, ya muy pocos confiamos en las intenciones de nuestros dirigentes y en que tengan la alteza de miras de cooperar para intentar diseñar un plan consensuado. No pedimos parches para maquillar los resultados de los informes internacionales, sino que se acometa la reestructuración de nuestro sistema educativo buscando mejorar la vida de los ciudadanos, ayudándoles a adquirir los conocimientos y prácticas que necesitan para afrontar una vida adulta.
No recrimino a los políticos no haber conseguido mejorar los resultados; les culpo de ni siquiera haberlo intentado, de no hacer partícipes a todos los agentes sociales, incluyendo al profesorado, y de ser incapaces de dejar a un lado posturas políticamente adecuadas a sus ideologías y socios minoritarios en aras de los derechos y el bienestar de la sociedad. Por lo que puede que los alumnos ya no tengan que repetir curso, pero los partidos políticos suspenden.
Los docentes sabemos que existen problemas y que, si de verdad queremos ofrecer una enseñanza de calidad inclusiva, hay aspectos que deben abordarse de forma inmediata