Perdón por ser enfermo crónico
Pedro de Tena Sandía
Delegado de ANPE-Madrid
Hoy he vuelto a retomar mis clases después de dos días convaleciente. Es la tercera vez que debo faltar en lo que va de año. Ya he tenido dos recaídas anteriormente.
Cada vez que me acontece un episodio de este tipo me surgen preguntas como: ¿estarán mis alumnos enojados porque he faltado a clase? ¿estaré destruyendo su futuro? ¿seré la causa de su fracaso?... Por esta razón, siempre que me sucede esto, lo primero que hago al entrar en clase y tomar contacto con mi alumnado es disculparme. Se ha convertido en un ritual: yo les pido perdón y ellos en forma jocosa me contestan “perdonado”. Pero siempre espero el comentario de Pelayo, alumno irónico y punzante donde los haya. Hoy me ha dicho: “Profe, ¿por qué no se aplica eso de los pobres, ¡Basta ya de realidades… queremos promesas!?”. Como buenos alumnos, ya me han puesto un mote, “El Azucarillo”. Tiene mala leche, pero me parece simpático. En fin, me reconforta saber que mis alumnos entienden mi situación.
En realidad estoy siendo mal profesor, ya que cuento cosas de mí y aún no me he presentado. Soy Paco, profesor de Matemáticas en un instituto, persona que padece diabetes mellitus. No os pongo los cuadros clínicos que pueden desarrollarse con esta enfermedad, ya que pretendo no amargaros el día.
Desde pequeño tenía muy claro lo que quería ser en esta vida: profesor. Lo mío es vocacional. Disfruto cada momento del día que estoy con mis alumnos. Enseñarles, ayudarles, orientales…, en definitiva, ser partícipe de su formación me reconforta todos los esfuerzos que muchas veces debo realizar para poder estar con ellos.
Tengo la suerte de tener un grupo de alumnos sensacionales. Intentamos entre todos reírnos un poco de mi enfermedad y llevarlo lo mejor posible. Hace unos días, sin ir más lejos, un alumno me dijo: “Ve profe, le tenemos dicho que no es bueno ser una persona astenia, una copita de vino le vendría bien”. Siempre he pretendido que se vea con distancia y que se tome un poco a guasa, sin pasarse, claro. Esto lo aprendí hace unos años cuando en clase sufrí un coma diabético debido a una intensa poliuria, lo que provocó un fuerte impacto entre mis alumnos. Desde entonces les hablo de mi enfermedad y de las consecuencias que puede desencadenar.
En un principio pretendía que este artículo fuese una denuncia para defender los derechos de los enfermos crónicos, para que se tomase en cuenta nuestra situación. Pero como en las novelas, los personajes adquieren vida propia y al final el escritor se tiene que adaptar a su trascurrir. A mí me ha pasado algo parecido. Quiero desde aquí dar las gracias a los alumnos y los profesores. A mis compañeros, por ser los que soportan la carga lectiva cuando cualquiera de nosotros falta por causas más que justificadas, por seguir dando cobertura a una normalidad que en muchos de los casos es ficticia, a través de su trabajo y esfuerzo. Y cuando me refiero a esto, no es el mero hecho de impartir clases (lo explico porque alguno o alguna saldrá diciendo “igual quiebra por el esfuerzo”), sino por lo que conlleva suplantar a un compañero sin que el alumnado llegue a notar su ausencia: preparación de clases ajenas en muchos casos a tu titulación, proseguir con la misma línea educativa, adaptación al alumnado, etc. Y en segundo lugar, y muy especialmente, quiero dar las gracias a los alumnos. A ellos que soportan, como muchos otros componentes sociales, medidas injustas. Nadie es culpable de la enfermedad de una persona y de las consecuencias que esta pueda tener; pero dentro de estos, son los alumnos los que menos culpa tienen de nada y son los que han de soportar las peores y más graves consecuencias. Por esto, desde aquí, mi mayor agradecimiento y respeto hacia ellos, que hago extensivo a sus familias. Gracias.
En fin, solo soy un profesor más que quiere cumplir con su trabajo, que pretende reponerse y levantarse lo antes posible, cosa que cada vez me cuesta menos, al ser cada vez más liviano debido al aligeramiento económico que estamos sufriendo por parte de la Administración: un 50 % del sueldo diario cada día que “se me ocurre” ponerme enfermo.
Un “salud” para todos.