La nueva ¿educación?
Rosalía Aller Maisonnave
Secretaria de Comunicación
SI indubitable es el adjetivo, admitimos ciertas dudas respecto al significado del sintagma completo. Las mismas que se asocian a la perplejidad de tantos profesores, tradicionales o no, ante el tsunami innovador, que al tiempo que presenta un amplio abanico de propuestas no contrastadas, menosprecia la labor que desarrollan en centros educativos reales quienes reinventan a diario sus clases empleando metodología efectiva, actual o no.
“El buen maestro enseña más de lo que sabe”, decía mi abuelo. El docente –de todo nivel– hace un constante esfuerzo de superación para dar día a día lo mejor de sí mismo. Esto incluye también el cómo, que se ha convertido en la razón de ser de innumerables jornadas, simposios, ponencias, encuentros, plataformas, blogs, e-books... Es fundamental saber transmitir los conocimientos, pero sin olvidar el carácter instrumental del medio empleado, que está al servicio de un fin: la formación integral de futuros ciudadanos, en la cual la adquisición de conocimientos ocupa un papel relevante.
Educar es más que enseñar, pero lo incluye. Una educación en la que se adelgazan y subestiman los contenidos cada vez más involuciona –mal que les pese a algunos– hacia ser cada vez menos educación.
Sorprendente en estos tiempos es que se llame “científicos” –en pedagogía– a quienes ni parten de la realidad de aula para elaborar sus hipótesis ni fundamentan en ella, con estudios constatables, sus tesis. En cambio, elaboran unos constructos delicuescentes con los cuales los docentes fácticos –no teóricos– difícilmente pueden identificarse.
Compartimos las palabras de Alberto Royo, profesor de Música y escritor, en una entrevista reciente, realizada con motivo de la publicación de su libro La sociedad gaseosa, donde insta a los partidos políticos a combatir “la ola de pseudociencia que amenaza la educación”, en alusión al aprendizaje por proyectos o las inteligencias múltiples.
Si lo social es una dimensión (teóricamente) fundamental para estos neopedagogos, parecen olvidarla al elaborar sus alambicados edificios aéreos, destinados a ser habitados por unos alumnos ideales que carecen del imprescindible marco familiar y social, cuyas particularidades ha de tomar en cuenta todo docente que desee realmente llegar a ellos e impulsarlos a avanzar hacia el crecimiento integral.
La sobrevaloración de la novedad, fundamentalmente en cuanto a la metodología, ha llevado a extremos de experimentación cuyas consecuencias aún se desconocen, ya que los neosabios no acaban de aterrizar sus afirmaciones en la tierra de los datos concretos.
Por ejemplo, la alegre afirmación de que los deberes son nefastos para los alumnos, atentatorios contra su tiempo libre, vida familiar, socialización, en definitiva, destructores de su felicidad es, como mínimo, tan válida como la contraria. Rectifico: lo es bastante menos, porque informes internacionales recientes, como TIMMS (Primaria) y PISA (Secundaria), sitúan a los alumnos madrileños por encima de la media de España, la Unión Europea y la OCDE. Concretamente, en el Informe TIMMS la región se posiciona delante de Alemania, Francia, Italia, Canadá, Australia, y en PISA supera a Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Italia, Noruega, Suecia o Luxemburgo. Por otra parte, en el Estudio sobre el grado de satisfacción de las familias madrileñas con la Educación en la Comunidad de Madrid, publicado en noviembre de 2016, preguntadas si las tareas extraescolares (deberes) que realizan sus hijos son excesivas, adecuadas o insuficientes, un 62,9 % afirmó considerarlas adecuadas y un 5 % insuficientes.
Sin embargo, hay quienes pretenden invadir el “mercado educativo” de productos que no han sido debidamente probados, algo que los otros científicos, los verdaderos, tendrían vedado y, en caso de incumplimiento, seriamente penalizado.
Centrar todo el proceso educativo en lo instrumental es como coger el rábano por las hojas, en términos de sabiduría popular. Y hasta los urbanitas sabemos que el riesgo de tan atolondrada operación es quedarse con el verde en las manos y dejar el sabroso rábano soterrado. ¡Menudo chasco!
La presencia de lo lúdico que no falte. Se habla de la “gamificación”, un anglicismo (del inglés game, “juego”) que se ha integrado en la neojerga. La clase debe ser divertida, para que los alumnos adquieran conocimientos “como si no”, no implicar ningún esfuerzo y, por supuesto, evitar que quienes aprenden más rápido, estudian más (haberlos, haylos), tienen un entorno más propicio al estudio o han nacido con un cociente intelectual más elevado puedan avanzar a otro ritmo. Ante este riesgo, es mejor emparejar hacia abajo. Nada debe contrariar a los niños y jóvenes, porque su único objetivo en la vida es ser felices. Y nos preguntamos: ¿es malo que se den cuenta de que están ejercitando la mente, que hagan un esfuerzo razonable, intenten llegar un poco más lejos y aprendan que esto también es una forma de disfrute y fuente de felicidad?
Nada debe contrariarlos… excepto la realidad, que irá imponiendo sus normas, a veces muy duras. Más vale, entonces, formar ciudadanos aptos para la vida real. Algo difícil de proyectar para quienes teorizan al margen de las aulas reales.
So capa de novedad, nos están vendiendo un mensaje muy démodé. A comienzos del siglo XX, las vanguardias irrumpieron en el panorama artístico con manifiestos agresivos y disparatados. Solo cuando pasaron del panfleto a una creación más cercana a la realidad y en manos de artistas geniales, con una gran formación tradicional, las ideas alocadas se convirtieron en arte atemporal. Quemar las bibliotecas era una de las consignas del iconoclasta Apollinaire, inventor del término “surrealismo”. Gracias al incumplimiento de este lema, sus textos y bellos caligramas han llegado a nosotros.
Quiero decir que seguramente habrá ideas inteligentes en el actual maremágnum pedagógico-festivo, pero la negación y el menosprecio sistemáticos de la tradición educativa y sus aciertos parecen un berrinche estéril de niño frívolo. O quizás respondan a otros intereses menos lúdicos.
No consideramos un valor el simple cambio por el cambio. La innovación es útil y necesaria cuando aporta, junto a una manera diferente de abordar el proceso educativo, un plus que desemboque en un mejor resultado para los alumnos, incluso aunque solo implique modificaciones que, por su atractivo, incrementen la motivación, el interés, la atención, la fijación de conceptos, etc.
Rechazar de plano toda novedad y anclarse en la tradición sería de una necedad similar a abrazar ciegamente toda iniciativa pedagógica reciente como el non plus ultra, sin prever sus consecuencias fácticas sobre el proceso al cual se pretende aplicar. Entendemos que es conveniente prestar atención a las nuevas propuestas, analizarlas con espíritu crítico e ir incorporando aquellas que hayan demostrado ser de verdadera utilidad. Pero asumir el discurso de que “tradición” es palabra tabú, que solo trae infinitos males a la “tribu” y por tanto debe desterrarse es instalarse en el extremo del absurdo y la prodigalidad intelectual, al echar por tierra de un plumazo (o golpe de teclado) técnicas y estrategias que han demostrado fehacientemente su efectividad y constituyen un auténtico patrimonio profesional.
La proliferación de discursos adversos hacia todo lo que implique una contención del alumno (bastante menor de la que sobre él ejercerá la vida real futura) y la exaltación hiperbólica de las presuntas (no constatadas) bondades de lo novedoso nos transmiten el equívoco mensaje de que estamos viviendo un constante clima de fatua “fiesta pedagógica”.