Inmersión lingüística en comunidades bilingües:
sus efectos
Manuel Diez Diez
Exvicepresidente de ANPE-Madrid
“Inmergir” es sinónimo de “sumergir”, “hundir”, “sumir”. Ya el propio vocablo no suena bien. Su aplicación, vamos a ver que peor. En el uso corriente del término equivale a introducir un cuerpo en un líquido, que si es un cuerpo absorbente queda totalmente impregnado del líquido. Esto llevado al plano humano, más concretamente al niño, cuya mente esponjosa absorbe todo, significa que de una manera rápida le introducen en su cerebro todo aquello que han querido embutirle. Si esto es un idioma, el idioma. Si el idioma va impregnado de consignas políticas, ambas cosas. Desgraciadamente es lo que suele ocurrir donde la educación está impregnada de tintes nacionalistas. Ya he referido en artículos anteriores que vivía y ejercía la docencia en Cataluña, cuando en 1981, en la primera reunión de los estrenados profesores de catalán en los colegios, a la par que las competencias plenas en la materia en la Comunidad Autónoma, se les adiestró sobre que su misión en los centros educativos era doble: “Enseñar idioma y crear conciencia de país”. “De aquellos polvos vienen estos lodos”. ¡No sé si alguien sensato y realista puede discutir si esto ha sido o no adoctrinamiento! Se estaba ya preparando el camino.
El pasado 8 de febrero, el diario El Mundo decía: El modelo de inmersión lingüística de las escuelas de Cataluña perjudica a los alumnos castellanohablantes. Así lo asegura un estudio realizado por dos profesores de Economía de la Universidad de Barcelona que ha presentado este jueves la Fundación Europea Sociedad y Educación. El trabajo, realizado a partir de los datos del Informe PISA 2015, llega a la conclusión de que este modelo educativo por el que se imparten casi todas las asignaturas en catalán provoca “desigualdad” y “genera perdedores claros”.
Inmediatamente yo compartía la noticia y añadía: “Tarde se llega a esta conclusión tan evidente y tan consentida por los responsables del Gobierno de España durante cuarenta años. Hoy podría añadir: el interés político ha prevalecido sobre el educativo, el sentido común y los propios derechos humanos del niño. Es bueno recordar que la UNESCO, que algo debe saber sobre educación, en 1964 establecía como derecho humano incuestionable del niño el de educarse en su lengua materna. Precisamente al amparo de esta resolución los que hoy la vulneran la defendían en tiempos del franquismo para proteger la lengua que hoy quieren imponer. Aquello sin duda era una dictadura… ¿Esto? Me refiero al idioma.”
Hasta llegar a esta situación en Cataluña, conviene de forma sintética señalar algunos pasos, aunque no sea más que para ver responsabilidades compartidas en el recorrido. A finales de los setenta y primeros de los ochenta, comienza la universidad a vulnerar derechos del castellanohablante. Al libre albedrío del profesor se empezó a catalanizar la universidad, tildándonos a los que reclamábamos libertad de elección de idioma como retrógrados y fachas, también es cierto que consentido por gran parte del alumnado castellanohablante. Del mismo modo por el Gobierno central. ¡Había que resarcir de una manera “progre” la imposición franquista! Era una avanzadilla.
Con la entrada del año 81 se producen las transferencias en educación no universitaria y con ello se empieza a “pensar en catalán” incluso en poblaciones 100 % castellanohablantes, lo que hace que los maestros comenzásemos a emigrar, el que suscribe en el año 83.
Parece ser que la idea inicial de crear una doble red de centros fue anulada por la izquierda catalana, invocando el principio de “no segregación”. Se llegó a un cierto consenso sobre la primera ley de normalización lingüística en 1993. En teoría un sistema de conjunción con ambos idiomas como instrumento de aprendizaje (bilingüismo), incluyéndose el derecho del niño a recibir la primera enseñanza en lengua materna. Pronto se avanzó hacia el monolingüismo a través de los llamados “decretos de inmersión” de la Generalitat. En 1998 la Ley de Política Lingüística establecía una clara discriminación hacia los castellanohablantes, ya que establecía una escuela solo en catalán en toda la etapa educativa obligatoria. Curiosamente, ni el Gobierno central ni el Defensor del Pueblo la recurrieron. La puntilla se dio en 2009 con la Ley Educativa Catalana.
Mientras, sentencias van y vienen en defensa del derecho de los padres a que sus hijos reciban de una manera equilibrada enseñanza en los dos idiomas oficiales, a la par que sistemáticamente incumplidas y permitidas por los gobiernos nacionales.
Al efecto negativo señalado en el estudio sobre los alumnos castellanohablantes, habrá que señalar el también nocivo para los no castellanohablantes, dificultando el aprendizaje del idioma común y por efecto dominó al profesorado, ya que es una justificación para establecer el idioma autonómico como requisito en el acceso a la docencia, vulnerando el principio constitucional de igualdad, debiendo ser considerado exclusivamente como mérito, como reiteradamente hemos demandado desde ANPE.
Una vez más tengo que señalar —ya lo hacía en los años ochenta—, que no estoy en contra de los idiomas regionales, pero sí defendiendo el verdadero bilingüismo.
En 1999, durante la 30ª reunión de la Conferencia General de la UNESCO, los países adoptaron una Resolución que instauraba la expresión “educación plurilingüe” para referirse al uso de por lo menos tres lenguas en la educación: la lengua o las lenguas maternas, una lengua regional o nacional y una lengua internacional. En 2019 debemos ir en esa línea y establecer unos porcentajes equilibrados de uso en la docencia en pro de las tres modalidades y, por supuesto, respetando la lengua materna del niño como vehicular.
Si no hacemos nada, el efecto contagio se instalará en las distintas comunidades bilingües y no tardando en España el idioma oficial en todo el territorio quedará herido de muerte. Nuestros políticos se lo deberían tomar como tema de Estado y mirar más allá del horizonte partidista. Si ellos han permitido llegar, ellos deben saber parar.
No hace falta “centralizar”, hace falta racionalizar.