Esteban Serrano Tamayo
Secretario de Organización
La educación es un factor clave para el desarrollo de las personas y un pilar esencial para el futuro de la sociedad y su progreso. La educación debe considerarse un auténtico ascensor social con un impacto directo en la equidad, una educación que permita a nuestros alumnos aprovechar al máximo su capacidad y talento.
Pues bien, las últimas leyes y medidas educativas adoptadas parecen ir en otra línea. Hasta ahora, la escasa importancia dada a la educación se percibía en la falta de inversión, la ausencia de debate público o los continuos vaivenes políticos que impedían un verdadero pacto por la educación. Estos hechos han conllevado que nuestro país tenga una de las tasas más altas de abandono y fracaso escolar y de porcentaje de jóvenes sin perspectiva de un trabajo digno, con un 22 por ciento de jóvenes que ni estudian ni trabajan.
Resulta difícil revertir esta situación cuando las propuestas ahondan cada vez más en la devaluación de la cultura del rigor y el esfuerzo mediante la relajación de los requisitos para la promoción y la titulación y el posible adelgazamiento de los contenidos en los próximos reales decretos de enseñanzas mínimas. Resulta necesario centrarse en las verdaderas mejoras que necesita nuestro sistema educativo y no quedarse en los elementos superficiales en los que se está poniendo el acento.
La pandemia facilitó el camino para minimizar los criterios que permitían avanzar de curso, justificado por la ausencia de clases presenciales en el último trimestre de ese curso y minusvalorando el trabajo que habían realizado los profesores y alumnos durante todo ese tiempo mediante la enseñanza online. Madrid fue una de las comunidades autónomas que no siguió estas recomendaciones y continuó dando a la evaluación y promoción la importancia que se merecen.
No cabe duda de que, trasladar a los claustros la responsabilidad de decidir qué alumnos promociona o titula independientemente de sus resultados académicos, no solo cuestiona el principio de seguridad jurídica, sino que también vulneraría el principio de igualdad de oportunidades del alumnado que, en función de su lugar de residencia, podrá contar con condiciones distintas de promoción y titulación.
Buscar la promoción y la titulación semiautomática del alumnado, sin considerar el número de materias no superadas, lanza un mensaje opuesto a los valores de esfuerzo y mérito del alumnado y no es la solución contra el fracaso escolar. Todo lo contrario, el alumnado de la enseñanza pública será el más perjudicado por esta medida, fundamentalmente el de las clases sociales más desfavorecidas, este alumnado no podrá compensar los déficits de aprendizaje por otro medio distinto. Aumentará aún más la brecha social y minimizará las posibilidades de la enseñanza pública como verdadera herramienta transformadora de progreso y “ascensor social”.
Indudablemente, ayudaría tener en cuenta la opinión y experiencia de quien está diariamente frente a los alumnos y que posteriormente tendrán que aplicar las normas y medidas publicadas desde un despacho alejado de la realidad educativa. La importancia del profesorado para cualquier reforma educativa, es tal, que la UNESCO no ha dudado en conmemorar el 5 de octubre como Día Mundial de los Docentes. Incluso en estos duros momentos, un año y medio después de que comenzara la pandemia de COVID-19, el Día Mundial de los Docentes 2021 hará hincapié en el apoyo que se debe proporcionar a los docentes para que participen plenamente en el proceso de recuperación. El lema será “Los docentes en el centro de la recuperación de la educación”.
Hagamos caso a la UNESCO y apostemos por el profesorado como vértice de cualquier reforma que persiga la mejora educativa, sin olvidar que nuestros alumnos se enfrentarán a un mundo cada vez más globalizado y a un mercado laboral que no permitirá su desarrollo profesional con suspensos en sus obligaciones.
Combatamos el fracaso escolar pensando en nuestros alumnos, en su esfuerzo, fomentando el espíritu de superación y con un sistema educativo que considere la singularidad de cada alumno para obtener lo mejor de ellos.
Apostemos por el profesorado como vértice de cualquier reforma que persiga la mejora educativa